No hacemos foco en la objetividad de lo que vivimos, sino en cómo experimentamos lo que sucedió. Esto abarca tanto lo físico, el hecho, como nuestro registro, cómo lo vivimos.
Paradójicamente, muchas veces puede ser más eficaz contar nuestra subjetividad que hablar de hechos objetivos. Para que otros se conmuevan o resuenen o puedan entender nuestra experiencia. Esto es algo muy fácil de ver en un buen o un mal guión de cine o tv.
Si un personaje “declama” cómo se siente en determinado momento, será menos eficaz al transmitirlo, porque agrega una cuota de pensamiento, observación, juicio, sobre su propia experiencia, que nos hace sentir que no está sumergido en ella, la está observando.
Por el contrario, si somos capaces de escribir una escena en la que el personaje actúa de cierta manera debido a cómo se siente o lo que cree, nosotros como observadores nos identificaremos más, lo veremos sumergido en su situación. Y el narrador habrá sido más eficaz para comunicarnos qué le pasa.
Ejemplo:
- Un niño dice a cámara: me siento solo, y no muy bien, porque mis amigos no quieren venir a casa, y eso que tengo muchos juguetes que ellos no, y se los prestaría para que se diviertan.
- Vemos a un niño en un cuarto con muchos juguetes que hace dos llamadas, preguntando por otro niño y luego por si quiere venir.” Ah, bueno, otro día, entonces”. Se sienta en medio de su cuarto, no toca nada y mira la ventana con la vista perdida.
En el primer caso, la enunciación declamada fracasa en transmitirnos la sensación de la experiencia. Incluso ocupando el mismo tiempo, la segunda es más completa al transmitir el momento del chico. Y así más propicia a que nos identifiquemos, y entendamos empáticamente cuál es su experiencia, cómo vive su momento.
© Luis Pescetti