El narrador que busco tiene la ética de un buen traductor.
El buen traductor es invisible, en el sentido de que no interviene de manera protagónica.
¿A quién elegirían ustedes si viajan a un país cuya lengua y costumbres desconocen por completo? Nos ofrecen dos traductores:
Uno traduce en tercera persona:
“Lo que él dice es… “
* … agrega comentarios sobre nosotros o lo que decimos:
“Lo que pasa es que este recién llegó y entonces anda perdido”.
* … hace complicidad con nuestro anfitrión:
“Pero ya viste como son los de su país…”.
… busca protagonismo.
… no corrige nuestros errores.
Otro traduce en primera persona, neutra:
“Acabo de llegar y busco un departamento con tres ambientes”.
Conoce nuestra situación y, ocasionalmente, interviene con un comentario de contexto para ayudar a entender lo que buscamos.
Actúa como un representante nuestro frente a una persona local, aunque él también sea local.
Sin duda elegimos el segundo.
Exactamente esa es la imagen del narrador que busco, la que tiene la ética del buen traductor.
Es más ético, más leal, y más eficaz en términos de comunicación.
¿Quieres entender a un niño?
Imagínate como su traductor, no frente a otra lengua, sino a otra edad: los adultos.
Guiándose por este ejemplo de la ética del buen traductor.
¿Quieren entender a un inmigrante? ¿A un anciano? ¿A tu público, tu audiencia?
Lo mismo.
© Luis Pescetti