Los niños son inmigrantes, no en el espacio, pero sí en el tiempo.
Llegan como “extranjeros en el tiempo” a un presente del cual los adultos somos ciudadanos. Estábamos antes, lo armamos, y ellos se insertan.
Si eso no es literalmente así, es una buena metáfora para la eficacia en la comunicación con niños.
No busco una imagen de inmigrante por su carga poética, su lirismo, sino por su representación que vuelve más eficaz lo que comuniquemos hacia los niños.
Es mucho más fácil que un adulto se imagine a sí mismo como inmigrante, que sea capaz de representarse como un niño en la actualidad. En mi experiencia eso no funciona.
Es un largo camino pedirle a una persona que se imagine, se represente con otra edad y cómo actuaría. Lo más probable es que traslade su expectativa de respuesta actual y la desplace a “ese” imaginado. Ejemplo:
—Yo quiero que un adulto se imagine cómo le gustaría que le digan que no, si fuera niño.
Lo más probable es que se imagine a un niño ideal que acepta el no que le dicen.
Funciona más eficazmente si yo le pido, en el mismo ejemplo:
—Imaginate que acabás de llegar a un país nuevo, en el que te quedarás para siempre, no hay vuelta atrás, no volverás a tu terruño, y en ese país te dicen a qué hora te levantarás para ir al curso de inmigrados. ¿Qué sentís?
¿Hay algún tono en el que esas indicaciones definitivamente te resultarían chocantes? ¿Y hay alguna manera en que esas indicaciones te resultarían aceptables?
La representación de esa situación es inmediata.
Y ahí es muy fácil decirle a ese adulto:
Eso es muy cercano a lo que siente un niño. Si no es exactamente igual, sin duda es lo que vos, adulto y hoy, sentís en las mismas condiciones de control o dependencia, y sólo por eso, por entender eso, vas a comunicar mejor a quien se encuentre en una situación semejante.
La empatía empieza en nuestra capacidad de representarnos la situación de otro.
Como huéspedes, como público, destinatarios, siempre vamos a ser más receptivos a quien se dirige a nosotros con empatía, que a quien lo hace sin tener en cuenta nuestra experiencia.
Esto tiene implicancias éticas, sin duda, pero aun sólo pensando técnicamente en eficacia de la comunicación, es válido.
La del inmigrante es una de las representaciones que podemos hacer, con más o menos humor hay otras en las que es muy útil preguntar, ¿qué sentirías? ¿cómo actuarías?
Y tomar nuestra propia respuesta como una guía, un buen referente para comunicarnos sea con niños o con alguien que no está en lugar de autoridad, como un inmigrante, un yerno, un empleado nuevo.
© Luis Pescetti