¿Qué es la propia voz?

En otras culturas y otros tiempos el valor era más colectivo, se pretendía una voz que reflejara la voz del grupo, la de los ancestros, la de los dioses, no un rasgo individual.

Hoy, y en nuestra cultura, lo verdadero para una persona pasa por encontrarse o desarrollar su propia singularidad.

Entonces podríamos hacer ese juego: que “la propia voz” represente la de nuestra familia, “nuestra tribu”, una lealtad de barrio, de terruño, de ancestros. La voz de nuestros abuelos, nuestros antepasados.

No es difícil imaginar un personaje que la representa, y que cuenta el mundo que ve o, incluso, nuestra propia vida bajo esa mirada.

Es como ponerse una máscara, y esa máscara traduce, filtra, y mediante ella nos despersonalizamos, nos alejamos de quienes somos, a través nuestro hablan nuestros antepasados, mejor si más concreto aún: nuestros abuelos, nuestros bisabuelos.

 

Sin embargo, si no hiciéramos esa aclaración, hoy y en nuestra cultura al decir “la propia voz” todos damos por supuesto lo mismo: una voz propia, la de nuestra singularidad, que no es una copia, nace con nosotros, lleva nuestro sello, no traiciona quienes somos ni qué contamos.

Y, a los fines del trabajo con los chicos, así la vamos a entender. Nos importa que nuestros chicos encuentren y construyan su propio camino, su talento, que no sean el engranaje o un instrumento de la historia de otros.

 

Cuando decimos desarrollar la propia voz nos referimos tanto a la manera de contar como al contenido:

 

– Encontrar un modo de contar que sea propio: el ritmo, el punto de vista, la dinámica, la cadencia, la edición del relato (esos saltos que uno hace: atrás, adelante, corta aquí, aclara algo, hace un comentario de pie de página, o no, y se sigue todo derecho). No se asusten, todas estas cosas son las que naturalmente hacemos cuando contamos.

 

– Elegir los temas de nuestro relato.

 

También veremos que nuestra voz tiene otro componente, menos evidente, pero decisivo. Escondido, o mejor dicho, fundido, mezclado en la masa de nuestro mensaje está: a quién nos dirigimos. Nuestro interlocutor está en tan presente en nuestro relato como las palabras que usamos porque, de hecho, no usamos las mismas palabras si nos dirigimos a una u otra audiencia; pero esto será motivo de otro desarrollo.

 

© Luis Pescetti