El humor como oficio de repatriar (función del humor)

“Papel del padre en la educación de los hijos”, ponencia desopilante de Carles Capdevila, es un ejemplo de buena oratoria, sabiduría y humor.

 


Expone su tema en primera persona, a lo sumo por momentos pasa a un afectuosísimo “nosotros”. Nunca habla de los errores “de los padres” en tercera persona. Con lo cual el primer efecto, además de las risas, es que crea un conjunto “esto nos pasa a todos”, que produce un gran alivio en quien lo oye.

 

No estamos aislados en lo que nos pasa, escondiendo de la sanción social nuestros errores. Resulta que no somos los únicos, son comunes, y no son graves.

 

El resultado es ese estallido de risas, fiel producto de la explosión de vitalidad, como cuando vuelve a entrar una bocanada de aire al cuerpo, después de una zambullida larga.

 

Además de ser muy humano, es muy eficaz en términos de comunicación: los que oímos bajamos nuestras defensas, no escondemos el punto al que se dirige y, de alguna manera, al reírnos admitimos lo que señala. A eso se agrega que la próxima vez que nos veamos en la situación que él describía nos saltará el recuerdo de su ponencia, como un alerta afectuoso: “Aquí estoy haciendo eso”.

 

Carles ocupó su lugar de autoridad, habló como un especialista, no dijo que “todo da lo mismo”, señaló modos mejores y otros destinados al fracaso y avanzó más: zonas en las que no seremos jamás ese ideal al que podría aspirarse… y tampoco debemos preocuparnos por ello, más bien renunciar tranquilamente.

 

Qué nos pasa a nosotros como audiencia:

 

¿Lo desacreditamos?  No, le reconocemos más maestría por su manera de exponer y ocupar el podio.

 

¿Descartamos lo que expone con humor? No, y lo reconocemos.

 

¿Nos queda una impresión de sanción, vergüenza? ¿Queremos ocultar aquello en lo que nos reconocimos? No, más bien queda una sensación de alivio, de liviandad y, muy seguramente, saldríamos de la ponencia compartiendo nuestra anécdota personal de lo que él exactamente contó, y riéndonos.

 

A los niños les pasa lo mismo:

 

Se sienten mejor cuando respetan al que da una lección y reconocen maestría cuando el que la da no ocupa el lugar de autoridad con rigidez.

 

Eso hace que validen aún más lo enseñado, y se reconocerán todavía mejor como parte de un grupo que comparte la experiencia.

 

Producto de eso se sienten más seguros en la experiencia, menos vulnerables a “la vergüenza” o a “quiénes son” si cometen un error.

 

Me gusta afirmar que una de las funciones del humor es repatriar: pues toma a la persona exiliada en su agobio de estar pasando una experiencia que lo separa del grupo, y de un solo golpe de varita lo restituye al grupo, pleno de vitalidad y optimismo, es uno más, es un par, no pasa nada.

 

Toda la potencialidad de la persona queda disponible y, más aún, con menos temor a equivocarse, sabe que es parte de un proceso, que es común a todos, y que luego corregirá… todo lo posible en la medida de lo humanamente posible.

 

¡Lo humano!: hogar dulce hogar.

© Luis Pescetti