Es mejor que el antagonista o el aliado sea del mundo cercano del narrador, para que no se inmovilice la acción, o para que el relato no se vea sobrepasado moralmente .
En el conocido ejemplo de Harry Potter, para que la pelea con Voldemort tenga una escala creíble la autora se cuida de poner varios elementos que acerquen y equilibren: Voldemort mató a sus padres, HP estudia y se entrena, él mismo pertenece a un linaje de magos poderosos, etc. No es que HP lo busca para eliminar ese peligro de la humanidad, al contrario: lo buscan a él, y sólo así queda tan bien equilibrada su intervención.
Y esto porque no es que uno elige el peor de los enemigos, va le golpea la puerta y le moja la oreja para desafiarlo, ¡no, compañeros! No sólo es peligroso, sino que lo más probable es que no nos atiendan, habrá un sinfín de guardaespaldas que nos echarán como a una mota de polvo.
Debemos trabajar, preparar, para que “el malo”, el antagonista, quede cercano y en equilibrio para la confrontación. Si no, desinfla la tensión de nuestra historia, se convierte en una película barata donde un niño le gana a los adultos poderosos: está bien como fantasía para distraernos un día deprimente de lluvia o de tanto calor que fuimos al cine porque tenía aire acondicionado, pero nos habrá afectado tanto como las palomitas que comimos mientras la veíamos.
Si ponemos a alguien muy lejano y tremendamente poderoso puede que el relato se nos vaya de escala. Al elegir un antagonista que no sea personal, sino apenas de nuestra comunidad, o nuestra ideología, o nuestro país… (y aumenten la escala pueden pasar dos cosas: una, que se pierda la conexión entre antagonista y protagonista, pues si bien “el malo” es decisivo para el protagonista, podría pasar que nuestro personaje ni exista para el otro. Y, no menos importante, que eso termine funcionando como una despersonalización del narrador, los conflictos quedan excusados, escondidos atrás de una pelea universal, lo personal no se pone en juego. En algunas ocasiones eso puede hasta ser más fácil. Es en la escala personal dónde los matices pueden presentarse con más fuerza para el narrador.
© Luis Pescetti