Ponerse en el lugar del otro

Si yo fuera el otro, sería mejor

 

Joseph Cornell, «Hotel de Hollande».

Ocurre algo muy curioso cuando una persona se queja de que otro no la entiende (o no hace “lo que debería”), la invitamos a que se ponga en el lugar del otro, y alega:

 

—Yo, si fuera él, haría lo que corresponde.

 

Nos contesta sin dejar de defender su posición.

 

 

¿En qué se basa esa falla al ponerse en el lugar del otro?

En algo tan sencillo como difícil: cuando realmente nos ponemos en el lugar del otro… tenemos que abandonar nuestras conveniencias, soltar la mano a lo que queríamos lograr, adiós a nuestro punto de vista, a nuestros objetivos, a nuestros deseos o proyectos. ¿Por qué? Porque precisamente ponernos en el lugar del otro no es tomar por asalto su personalidad para salir con la nuestra, tipo caballo de Troya. Eso pasa en las películas de terror: su cuerpo fue ocupado por otro espíritu, en este caso nosotros, que le hacemos actuar “como corresponde” (traer el jugo, firmar ese documento, pedir disculpas) y luego nos regresamos a nuestro cuerpo, tan tranquilos, a disfrutar los beneficios de lo que hicimos “mientras ocupábamos el lugar del otro”.

No, compañeros, lo sentimos, pero no es así. Saquen su pañuelo y despídanse de sus gustos,

despídanse de lo que querían conseguir,

digan adiós a lo que les convenía…

y, cual fantasma transparente, se instalan en el lugar del otro y observan desde ahí.

 

Es decir: desde sus ganas, sus deseos, sus necesidades, lo que le conviene a él.

Si el otro se sintió agraviado, se trata de imaginar lo que ustedes harían si hubieran sentido un agravio similar.

Si se sintió abandonado: lo que ustedes sentirían si fueran abandonados por alguien que necesitan.

Si lo desplazaron de su tierra, de donde fuera que él sintiera su lugar en el mundo: entonces lo que ustedes sentirían si los desplazaran de su lugar en el mundo…

 

¿Acaso dirían?:

—Es lógico, se hace justicia y el otro recupera lo suyo (dicho mirando el horizonte, mientras se aleja la cámara).

 

¿Acaso sentirían?:

—No debo sentirme agraviado, ¡sus intenciones son tan elevadas!

 

¿Acaso pensarían?:

—No debo sentirme abandonado, es comprensible que quiera seguir su camino y encuentre mejores horizontes en otros brazos, ¡yo haría lo mismo si quisiera abandonarme!… No, perdón, si quisiera ir a otros brazos. No… quise decir: si fuera él, ella, su prima… no… bueno, ya me entienden.

 

No, compañeros, seamos sinceros, y con la mano en el corazón (el nuestro) admitamos que estaríamos más cerca del otro, aunque ahora no nos convenga, o eso debilite nuestra posición.

 

© Luis Pescetti