Las leyes del deseo son otras,
ni siquiera las de desear imposibles, más sencillo:
es posible desear algo imposible.
Por ejemplo: si deseamos volar una noche, encima de nuestra ciudad o nuestro pueblo, sin aviones ni máquinas, simplemente volar una noche, solos o de la mano de alguien, volar, y aun sabiendo que es imposible, nos permitimos desearlo, ocurre que conocemos algo que nos gustaría.
Eso equivale a una pregunta, y no hay que acallar ninguna pregunta.
Fíjate que a mí me gustaría volar una noche sobre mi pueblo.
¿Como las brujas?
Como los pájaros… o sí, también, como las brujas.
A mí no, dice otro, me gustaría ser invisible.
Fui a un hospital a leer textos breves en unas jornadas para médicos.
Parado delante de doctores, enfermeras y psicólogos leí dos textos breves que los transportarían
a lejanos momentos de sus vidas.
Lloraron de la risa,
sus fantasmas divertidos salían de sus cuerpos,
distraídos, se reían,
y me daban la razón: “Vaya que sí estaría bueno”.
Nada más, y sólo eso.
Regresaron ordenados y obedientes a sus cuerpos y sus delantales de médicos, laboratoristas, enfermeros,
luego de haber paseado por el deseo.
Saquen una hoja y escriban algunos deseos sinceros, que sepan que son imposibles.
Luego compartan con sus compañeros, sus hijos, su pareja,
o comparen con la de ustedes mañana, o hace un año.
O sólo disfruten la frescura de su promesa.
© Luis Pescetti