Nuestros más queridos imposibles

«The Athenaeum» John Singer Sargent

Las leyes del deseo son otras,

ni siquiera las de desear imposibles, más sencillo:

es posible desear algo imposible.

 

Por ejemplo: si deseamos volar una noche, encima de nuestra ciudad o nuestro pueblo, sin aviones ni máquinas, simplemente volar una noche, solos o de la mano de alguien, volar, y aun sabiendo que es imposible, nos permitimos desearlo, ocurre que conocemos algo que nos gustaría.

 

Eso equivale a una pregunta, y no hay que acallar ninguna pregunta.

Fíjate que a mí me gustaría volar una noche sobre mi pueblo.

¿Como las brujas?

Como los pájaros… o sí, también, como las brujas.

A mí no, dice otro,  me gustaría ser invisible.

 

Fui a un hospital a leer textos breves en unas jornadas para médicos.

Parado delante de doctores, enfermeras y psicólogos leí dos textos breves que los transportarían

a lejanos momentos de sus vidas.

Lloraron de la risa,

sus fantasmas divertidos salían de sus cuerpos,

distraídos, se reían,

y me daban la razón: “Vaya que sí estaría bueno”.

Nada más, y sólo eso.

Regresaron ordenados y obedientes a sus cuerpos y sus delantales de médicos, laboratoristas, enfermeros,

luego de haber paseado por el deseo.

 

Saquen una hoja y escriban algunos deseos sinceros, que sepan que son imposibles.

Luego compartan con sus compañeros, sus hijos, su pareja,

o comparen con la de ustedes mañana, o hace un año.

O sólo disfruten la frescura de su promesa.

© Luis Pescetti