Señores maestros que están en la escuela rural de una sierra
o en el más exclusivo colegio privado de una gran urbe.
Atentamente:
La gran pobreza, o la gran riqueza, la que nos abarca a todos, es dónde nos ubicamos
en relación al mundo, adentro o afuera. Actores o testigos. Dueños de casa o inmigrantes, invitados.
Dónde nos ubicamos, y dónde ubicamos a los otros.
El principal error de la cultura y la educación es si te hacen creer que se dirigen a ti desde un centro
que su autoridad tiene un centro
dónde todo se acumula y genera
(podemos ponerlo en una dimensión más grave: ese es “el principal delito”).
Porque entonces te convencés, directa o indirectamente,
de que estás en una periferia,
sin ticket para “pertenecer” o quizás sin merecerlo del todo.
Cultura y educación serán algo externo
que se derramará sobre ti como algo benévolo en el mejor de los casos
pero ajeno.
Tu saber no forma parte
no agrega un ladrillo,
no sirve,
tus respuestas no sirven,
ni siquiera para tu día a día o los tuyos.
Con esa convicción uno se percibe ajeno al propio destino,
nos vemos como la herramienta equivocada para la propia felicidad.
“Felices los otros” que nacieron dónde hay que nacer,
pintan los cuadros que hay que pintar,
leen los libros que hay que leer,
y toman las decisiones que hay que tomar.
La respuesta contraria también falla:
cuando tomamos al mundo como un enemigo.
Hoy más que nunca constatamos que la cultura y la educación no tienen un centro (y tampoco periferias).
En esta trama de redes cualquiera puede crear un contenido visible para todo el mundo, de inmediato
y acceder a contenidos de todo el mundo “on demand”.
Mejor pensar un doble camino:
Hay que fortalecer su identidad, al tiempo que los educamos abiertos a nuevas culturas. Parte de ese trabajo empieza por reconocer y valorar la propia cultura.
Nosotros enriquecemos al mundo, y el mundo nos enriquece:
1) Yo sé o conozco algo, que interesa a otros.
2) Mi origen (familia, lugar) tiene algo que interesa a otros.
3) En el mundo hay otros con historias o que eligieron caminos que me enriquecerán.
© Luis Pescetti