¿Para quién canto yo, entonces?
(Charly García)
A veces las narraciones nacen en a quién dirigimos nuestro relato.
La audiencia es un conductor invisible de nuestro relato.
Nuestras narraciones nacen, cambian y se orientan según quién nos oiga y cómo reaccionen. Aplausos, silencios, emoción del momento, distracciones, comentarios, son todos signos que modelan el relato.
Si jugamos no a inventar relatos, sino a inventar oyentes, creamos las condiciones para distintos relatos.
Nuestros actos están dirigidos, dedicados a alguien. Siempre, sepamos quién es o no, con más conciencia o sin ella. Seamos escritores, mecánicos, bailarines, cantantes, abogados, carpinteros… tenemos alguien a quien le dedicamos nuestra obra (para honrarlo, discutirle, homenajearlo, contestarle, reivindicarlo, salvarlo, divertirlo… y un largo etcétera).
Hasta los que hablan solos y en voz alta, los que tiran una botella al mar (sin conocer quién la recibirá, pero anhelando cómo desearían que fuera), hasta los camioneros con esos carteles: “Gracias, viejo”, “Anita, Marcos y Mabel”, dedican su trabajo. Pero, cuando creamos, esto es definitivo.
El oyente de manera muy explícita u oculta está en la estructura de nuestro relato.
Y aquí va la frase apocalíptica (pero que es cierta):
Sin lector, oyente, a quien se le destina, un texto se desarma en un montón de palabras sueltas.
Si no sabés qué contar, empezá por tener a quién contar.
© Luis Pescetti