En uno de los hermosos relatos de “En las nubes” de Ian McEwan (The Daydreamer, 1994, Anagrama, 2007) un niño no soporta a un bebé, se le hace irritante, hasta que algo pasa, y él se transforma en el bebé y la consciencia del bebé ahora ocupa su anterior cuerpo, una especie de intercambio de consciencias o de cuerpos. El narrador sigue siendo la consciencia de quién antes era el niño mayor, pero ahora todo lo ve, lo percibe y tiene las habilidades de este nuevo cuerpo y sensaciones: el del bebé. Así opera una dulce transformación. Podemos tomar ese ejemplo:
– Imaginemos una escena con varios personajes defendiendo dos posiciones en una discusión o litigio.
* Una reunión en una empresa
* Un cruce de tránsito
* Una reunión con vecinos del edificio o la manzana
* Una reunión de padres de una escuela
(etc.)
Entre ellos estamos nosotros (protagonista: “el bueno”) y un antagonista. Por alguna razón (ni se enreden mucho con esto, que es lo que menos importa: una varita mágica, una pastilla en mal estado, una ventana mal cerrada, da lo mismo) en determinado momento se intercambian las personalidades y aparecemos “encerrados” en el cuerpo del otro, con quien hasta recién estábamos discutiendo, nuestro antagonista. Los demás se siguen dirigiendo a cada uno por lo que es evidente: lo que ven, la cara, la ropa. Sólo nosotros sabemos el cambio que se operó.
1) ¿Qué posición sostenemos ahora que cambiamos de cuerpo? ¿Por qué?
2) ¿Quiénes son nuestros nuevos aliados y antagonistas? ¿Cómo nos trata ahora el resto de las personas? ¿Cómo tratamos a los demás?
© Luis Pescetti