La calle es de todos

de la serie «la educación vial desde el punto de vista de los niños» (ver completa click acá)
 

Texto dirigido a los docentes

Gustavo Schujman

La ilusión de vivir sin normas

 

Para regular las relaciones sociales, la cultura (por medio de sus costumbres y leyes) restringe los instintos, las pasiones y los deseos de los seres humanos. Lo hace, justamente, para posibilitar la convivencia. Y la sensación de que estamos limitados por las leyes y por las maneras acostumbradas de actuar produce en nosotros cierta insatisfacción.

 

Nuestra convivencia se da frecuentemente en el marco de instituciones; por ejemplo, la familia, la escuela, el club. Y las instituciones tienen normas que nos indican cómo debemos comportarnos o cómo se espera que nos comportemos y cuáles son los límites de nuestras acciones. Son normas que organizan la vida en sociedad. Esa organización y esos límites pueden ser muy útiles para el desarrollo de nuestra convivencia, pero generan inevitablemente algún grado de malestar.

 

Ese malestar producido por las restricciones que las normas establecen puede hacernos creer que seríamos libres si no existieran normas. El problema es que la inexistencia de normas implicaría también la inexistencia de los otros. Las normas existen porque existen los otros, y no es concebible la convivencia con los otros sin alguna organización y alguna normativa que regule, aunque sea mínimamente, esa convivencia.

 

Es habitual pensar que la libertad es todo aquello que podemos hacer sin que alguien, o algo, nos lo impida. Es la libertad entendida como “ausencia de obstáculos para nuestra acción” y suele ser denominada libertad negativa. De esta concepción de libertad proviene una idea muy difundida: nuestra libertad termina donde empieza la del otro. Si bien es una idea razonable y defendible, encierra una serie de problemas. En primer lugar, presupone que nuestra libertad es infinita; que, si el resto del mundo no existiera, seríamos completamente libres. En realidad, desde que venimos al mundo dependemos de otras personas y de lo que han hecho y hacen: familiares, amigos, médicos, maestros, vecinos.

Hace falta mucha imaginación para pensar un mundo en el que solo existiese uno mismo, y para creer que de ese modo aumentarían nuestras posibilidades para actuar. En segundo lugar, la idea de que nuestra libertad termina donde empieza la del otro nos lleva a interpretar todo aquello que se interponga entre nuestra voluntad y nuestros objetivos como un obstáculo o un problema.

 

Puede pensarse que cierta relación conflictiva que muchas personas muestran respecto de algunas normas (por ejemplo, al conducir un vehículo) se debe a esa ilusión de vivir sin normas. Por eso, es recomendable tematizar esta ilusión con los chicos y las chicas desde sus primeros años de escolaridad, analizando los malestares que suscitan los límites.

 

 

Actividades

En qué puede consistir el arte de manejar?

¿Ustedes manejan bicicletas? ¿Con rueditas o sin rueditas? Si ya manejan bicicletas, ¿qué es lo más difícil de aprender? ¿Qué es lo más riesgoso? ¿Alguna vez chocaron o se cayeron andando en bicicleta? ¿Qué les pasó? ¿Cómo se sintieron?

 

La canción dice “la rueda se inventó para rodar”. ¿Para qué se inventaron los frenos? ¿Qué se inventó primero: la rueda o el freno? ¿Por qué? ¿Cómo lo saben?

 

¿Cuando estamos en la calle hacemos lo que queremos? ¿Y en la escuela? ¿Si, no, por qué? ¿En qué situaciones podemos hacer lo que queremos y en qué situaciones no?

 

¿Hay alguna norma en la escuela o en sus casas que les molesta mucho cumplir? ¿Por qué les molesta?

 

¿Hay alguna norma de la escuela que ustedes sacarían? ¿Por qué? ¿Y hay alguna norma que no existe en la escuela pero que ustedes quisieran hacer cumplir? ¿Por qué?

 

El verdadero arte es salir a la calle y circular por ella, ¿no? Les pedimos entonces que se dividan en grupos y propongan instrucciones para:

Dejar pasar a una señora que lleva un bebe en un cochecito.

Respetar el semáforo.

Andar en bicicleta.

Caminar por la vereda.

Jugar en la plaza.

Manejar una moto o un automóvil.

 

Si pudieran tener un acelerador guardado en sus mochilas, ¿para qué lo usarían? ¡Coleccionen juntos las respuestas y, con ellas, escriban una poesía!

 

Propongan tres consejos para un nene pequeño que sale por primera vez a la calle. ¿Cómo lo cuidarían? ¿Qué recomendaciones le darían? ¿A qué cosas le tendría que prestar atención?

Después propongan tres consejos para un perro que sale por primera vez a la calle. ¿Le dirían lo mismo? ¿Qué cambiarían y qué dejarían?

 

Hagan carteles con esos consejos.

 

¿Saben lo que son los souvenirs? ¡Anímense a crear uno! Tiene que ser algo que se pueda llevar el conductor en el auto y le sirva de recordatorio para manejar cuando está despistado.

 

Inventen una canción cuyo título sea “Canción para frenar” o “La calle es de todos”.

de la serie «la educación vial desde el punto de vista de los niños» (ver completa click acá)

© Luis Pescetti