Creatividad e identidad están entrelazadas. Nadie busca lo que no concibe, nadie espera lo que no cree para sí. Lo imaginado responde a cómo nos pensamos y nos vemos; pero origen no es destino. Que una persona pueda imaginar una vida en la que su condición de origen no sea un destino obligado da el sentido más pleno a la habilidad creativa, es encontrar la propia voz.
La creatividad empieza y se nutre con lo que nos llama la atención. No siempre es evidente: reconocer lo que llama nuestra atención, es el primer entrenamiento y rasgo de originalidad. Es una señal de identidad: “soy alguien que repara en… “. Corregir el supuesto de que “una idea” debe ser necesariamente “extraordinaria”.
Reconocer nuestros deseos, pensamientos mágicos, más allá de que sean posibles. Lo mágico, fantástico, no lineal, es otra manera de descubrir nuestra singularidad. Reconocer que hay una zona de identidad que se revela ahí. Superar límites de aquello que tengan por “destino”. Reconocer historias, soluciones “no lineales”. Explorar lo mágico puede encender la chispa de una vocación que no hubiera salido a luz de otro modo.
¿Qué cosas te hacen sentir fuera de lugar?: Ser consciente de la sensación de estar fuera de lugar, y a qué la provocó. Desnaturalizar el hecho de sentirse fuera de lugar. Ver ahí también hay rasgos de identidad, singularidad. Revisar supuestos sobre infancia que devienen en actividades fallidas. Ver a los niños como inmigrantes ayuda a hacer empatía y comunicar mejor hacia ellos. ¿Qué te hace sentir natural en tu ser?: Llevar conciencia sobre el alivio de la sensación de encajar, de reconocer como propio. Reconocer en esa sensación rasgos de singularidad, identidad. Identificar cuándo nos sentimos hábiles o en confianza. Pensar qué escenarios, condiciones, nos favorecen. Buscar al oyente como aliado, no hay que “vencer/conquistar” al oyente. Reconocer profesionales, gente de oficio, que no hacen de su saber una herramienta de poder.
La creatividad depende de que nos sintamos con derecho a cambiar lo conocido, tanto como que reconozcamos en otros la capacidad de hacerlo. Ver “la cultura” como una producción y un hacer más amplio y cotidiano que la producción especializada (reformular la idea de “cultura” como “lo culto”). Comprender que no estamos en los márgenes de una cultura central, sino en el centro de la propia. Celebrar lo propio. Identificar motivos de singularidad y orgullo, lo que podría sorprender. No concebirnos sólo como testigos de otros productores culturales. A la vez: no ver la propia vida como el centro, y lo completo. Celebrar y nutrirnos de la vastedad del mundo: descubrir lo “extraño” de lo propio, y “lo propio” en lo extraño.
Ver desde un ángulo nuevo. Advertir cuando alguien nos reduce a un estereotipo, y reconocer cuando creamos o reproducimos “mitos”, etiquetas, prejuicios. Ver que hay historias que nos definen, sea contadas por otros o reproducidas por nosotros. Advertir que vivimos creando, y reproduciendo “mitos”, así como defendiéndonos de mitos que nos distancian. Advertir que “la propia voz” no se construye aislada de otros. Advertir el “riesgo de una historia única”.