No corrijo en la pantalla, lo imprimo y me siento, con un cuaderno a mi lado. Leo mi texto, mi novela y tomo notas. ¿Qué busco? Básicamente estas cinco cosas:
1) Objetos perdidos. Son elementos, acciones que aparecen en un momento ¡y luego uno se los olvida! Detalles de un personaje, un curso de acción, etc., cualquier cosa que haya parecido y desaparece pero por descuido, por olvido, precisamente. Tomo nota de eso y debo escoger si lo elimino por completo o lo continúo.
2) Otra categoría, a la que se me ocurrió ponerle Exportaciones. Se refiere a datos, acciones o detalles que están en un capítulo y que es bueno que aparezcan y dejen señales en otras partes de la novela. Por ejemplo: en el primer Frin, la idea del avión de fumigar apareció al final; ¡pero eso no quiere decir que sólo debía ser nombrada ahí! Para nada, más bien hay que cuidar que ese elemento, que formará una parte importante en la solución no aparezca como algo mágico (sólo cuando se necesita para solucionar el conflicto). Eso la mayoría de las veces suena a «truco barato». Es mejor que lo que formará parte de la solución esté a la vista, y a la mano, todo el tiempo. Nunca escondido a los ojos del lector. De modo que cuando participe de la solución del problema el lector se sorprenda de que algo que estuvo siempre ahí sea lo que ayude (y se produzca esa combinación de sorpresa y naturalidad). De modo que, cuando estoy en el capítulo que por primera vez aparece el avión (por seguir este ejemplo), al avión lo anoto en mi lista de «exportaciones», vale decir: algo que este capítulo dona, entrega o envía a otros capítulos.
3) Junto con esa categoría, por supuesto va, y muy junto: Importaciones. En cada capítulo anoto cuando veo que puede «recibir» un elemento de otro capítulo. Siguiendo el mismo ejemplo: cuando me di cuenta que el avión debía aparecer antes en la novela regresé, capítulos atrás, para ver dónde era natural, coherente que se insertara el avión. Por una parte debe estar bien a la vista, y por otra parte no debe sonar a algo forzado o descolgado para ese momento. En esos capítulos anoto las importaciones. Así voy «sembrando» hacia arriba o hacia adelante, el elemento que quiero que aparezca.
4) Cuando uno ocupa mucho tiempo en escribir una novela, y también cuando uno escribe un texto largo, eso que se llama la voz del narrador, es decir un conjunto de características que define un estilo (si habla en primera persona, o en tercera, si el tono es coloquial o distante, si es la voz de los pensamientos o un narrador neutro, etc.) esa voz del narrador se va definiendo cada vez mejor, va cambiando. Así puede ocurrir que uno comience con un narrador y, al avanzar la novela pase a otro, y termine con otro más. El del final suele ser el más atinado, hay más probabilidades de que uno escoja ése, que se fue modelando con el tiempo y las anécdotas que contó. De manera que otro trabajo es unificar esa voz. Digamos que uno no tiene en el ropero la ropa de los cuatro años, mezclada con la de los doce años, la de los diecisiete y la de los treinta años… y las usa todas. No, uno suele tener la ropa de hoy, es decir para la persona que hoy es. Algo así con la voz del narrador.
5) Finalmente llevo una atención flotante (por designarla de alguna manera), y es eso que se llame imaginación o inspiración que permanece al acecho y que será el deseo y la idea de modificar algún fragmento o agregar un párrafo, modificar unas líneas. No es un proceso intencional, más bien se parece a que estoy muy atento a aquello que se me ocurre. Eso es muy diferente a buscar una idea. No me importa ni busco «una buena idea», sólo estoy atento a lo que se me ocurre. Es decir: a lo que naturalmente «salta» como idea. Tal vez la tome, tal vez la descarte.
En líneas generales, digamos que luego de todo este proceso la novela queda más compacta y homogénea en su estructura, a la vez que con más vuelo poético.
© Luis Pescetti