Ahora vamos a hacer un esfuerzo mayor, mucho más difícil porque implica que, realmente tratemos de “quitarnos del medio”, se trata de intentar imaginarnos cómo nos representa el otro. Vale decir:
* No cómo queremos que nos vea.
* No cómo debería vernos
* No cómo sería justo o reparador que nos vea
Sino de qué representación, cómo nos ve el otro.
Nota: De nuevo no describirlo (discursivamente, argumentos, bla bla blá), sino aterrizarlo en experiencias, en anécdotas. Tratá de no expresarlo en ideas, pensamientos, sino en actos, por ejemplo: una cosa es que digas que alguien te ve importante, y otra es que describas que al acercarse a una puerta, esa persona te ofrece pasar primero, que, luego, cuando haces un comentario al pasar, notás que te oye como si tomara apuntes, mentalmente. Estás diciendo lo mismo, pero aterrizado en un ejemplo, en una ocasión, en un acto que ocurrió una sola vez. Eso produce más identificación al contar una historia que decirlo de una manera generalizada.
Cuando lo nombramos en general, apelamos a la idea el pensamiento que otros tienen sobre eso, cuando contamos una anécdota lo aterrizamos en algo más emocional, las experiencias nos involucran. Contar una anécdota o una experiencia concreta transmite más que «describir de forma generalizada».
Pequeño truco: Cuando un niño cuenta algo y agrega “y me pasó de verdad” hace una revelación en un solo trazo, nos transmite que sabe que es un niño, está acostumbrado a que duden de lo que dice o, por lo menos, no se siente seguro de que le vayan a creer y habla desde ahí. Es una hermosa sutileza sobre cómo somos. Al hacer este ejercicio sobre “cómo queremos que nos vean” primero y básico:
– de ninguna manera es una declaración, explícita, una enunciación enumerativa (quiero que me vean… bla bla bla), eso es una torpeza narrativa.
– y luego: no quiere decir que logramos que nos vean así, que mágicamente se cumple nuestro deseo y “somos eso”.
– parece mucho más interesante, más rico, más humano que, como en el ejemplo de esta niño: haya esa tensión entre cómo quiere que le crean y cómo teme que no le creen. Cómo quiere que la oigan y vean, y lo insegura que la pone saber que la “consideran una niña”, con la idea implícita de: “cosas de niños, quién le cree a los niños, a los niños nadie les cree, etc.”.
ejemplo: si un personaje quiere que lo vean solvente, buen anfitrión y paga la cuenta sin que nadie se entere, no vamos a transmitir al lector algo esencial: su móvil, por qué quiere que lo vean así teñirá lo que haga. Si contamos que palpa su bolsillo un par de veces, para asegurarse de que su billetera está ahí, va al baño y cuenta el dinero, regresa, paga delante de sus invitados y a la vez hace un chiste sobre que parecían venir con mucha hambre, por ejemplo: vamos a transmitir la tensión de alguien que quisiera que lo vieran solvente, pero es inseguro con el dinero, le cuesta desprenderse, y en su esfuerzo por parecer desprendido, queda un poco expuesto como ansioso y apegado con su dinero. El efecto en el lector será más fuerte.
© Luis Pescetti