Creatividad y fantasía, ¿lujo o necesidad?

Nadie busca lo que no concibe. Nadie espera lo que no cree para sí. Desarrollar la creatividad, encontrar la propia voz, es trabajar en el imaginario individual y colectivo y volverlo favorable para el individuo y la comunidad.

 

(…) No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti (…)

(C. P. Cavafis. Antología poética. Alianza Editorial, Madrid 1999.)

 

Las personas crecemos y nos desarrollamos dentro de un paisaje que imaginamos, consciente o inconscientemente, como natural y propio para nuestra vida.

 

En ese imaginario están dibujadas todas las cosas que creemos que se pueden hacer y las que no. Ahí están los límites de lo que tenemos por posible e imposible («eso nunca va a pasar…», «eso le ocurrirá a otros, pero a mí nunca…»); los límites de lo que somos capaces de concebir («no tiene solución…», «no hay respuesta para eso… «); también aquello que tenemos por realidad o por fantasía («eso sólo pasa en las películas…», «los sueños, sueños son…»).

 

Ese imaginario no es algo que se piensa a cada rato, ni siquiera somos conscientes de él; pero es el aliento que está en cada gesto. Su presencia decide hasta lo más cotidiano: comprarse o no comprarse algo, hasta atreverse a una conquista de otro vuelo.

 

También se manifiesta en las más grandes empresas. Las comunidades, las naciones, también poseen un imaginario, llamémoslo colectivo, y responden a él. Ese imaginario obra de manera asimilable al individual. Así, la manera de encarar los temas de salud o educación; el cuidado o el descuido de los aspectos ecológicos; la explotación o no de recursos naturales; los temas de seguridad industrial; la agresividad o debilidad en propuestas de exportación; la forma de gobierno; el salir a buscar nuevos mercados o no; y todos los aspectos de la vida de un país, están signados por ese imaginario colectivo.

 

Cuando un niño mete las manos en la arcilla las hunde en su imaginación y, en verdad, es su mundo interior el que se amasa entre sus dedos. Esto no tiene intenciones poéticas, es literalmente así. En cada dibujo, cada cuento, la mente crece, gana en plasticidad para relacionar datos o concebir nuevas ideas, se modela.

 

Trabajar en el desarrollo de la creatividad, en que cada niño encuentre su propia voz, es trabajar en ese imaginario individual y colectivo de manera de volverlo favorable y posibilitador para el individuo y la comunidad.

 

No es necesario hacer una lista de lo que se consideraba utopía y ahora forma parte de nuestra realidad más cotidiana. Viajamos, dormimos, hablamos, utilizando cosas impensables en otras épocas. Nos asisten derechos y sentimos natural que haya cosas básicas a las que todos tienen que tener acceso; pero eso también era terreno de la utopía.

 

No se trata de impulsar un idealismo ingenuo, sino de comprender que nadie busca lo que no concibe. Por eso es esencial que «lo posible» crezca, se ensanche, conquiste nuevos territorios, primero adentro nuestro para luego aventurarnos a buscarlo afuera.

 

* Nadie busca lo que no concibe.

* Nadie espera lo que no cree para sí.

© Luis Pescetti