Puede darse que un maestro se encuentre con una comunidad que está convencida de ser lo mejor de lo mejor, que está cerrada al mundo, o que por temor o un exagerado sentimiento de superioridad actúa cerrada al mundo.
También puede ocurrir lo contrario: que nos encontremos con un grupo que, de partida, está convencido de que “lo mejor está en otra parte”, la mejor música, el mejor entretenimiento, los trabajos mejor pagados, la comida más rica, las casas o los autos más lindos, etc. Su lugar y ellos mismos son de lo más pobre del mundo.
Lo curioso es que podemos encontrar los dos casos en comunidades rurales, o centros urbanos muy grandes. En cualquiera de los dos extremos (zonas muy pobladas y modernas, o pequeñas tribus aisladas) podemos encontrar comunidades que se sienten “las más soñadas”, o que se la pasan suspirando por otra vida.
Entonces es tarea del maestro:
1) A unos mostrarles que hay cosas del mundo que querrían tener, o le producirían admiración. O, por lo menos, que en su propia pequeña aldea hay más cosas del mundo de las que ellos se imaginaban: ¿de dónde llegaron estas tenis? ¿Dónde se hizo esta radio? ¿Dónde viven aquellos a los que vendemos nuestros productos? ¿Qué pasaría con nosotros si suprimimos toda relación con el mundo y si quitamos cualquier rastro del mundo en nosotros?
2) A otros, convencerlos de que tal costumbre o tal canción, de que esa comida o ese juguete, o eso que saben hacer, asombraría a más de uno en distintas partes del mundo. Llamaría la atención o sería tenido por bello. El maestro hará de intérprete, entre su grupo y el mundo.
Para cualquiera de los dos extremos el maestro será un buen guía, intérprete o un mediador generoso.
© Luis Pescetti